PLanetario Luis Enrique Erro, México

Monday, August 20, 2007

UN APORTE A LA METODOLOGIA DE LA INVESTIGACION


¿Y dónde está el Método?

Cada época tiene sus propios mitos y,
por supuesto, los llama verdades superiores.
Anónimo


Cuando nos preguntan qué es lo que distingue a la ciencia de cualquier otra actividad del conocimiento, probablemente estamos tentados a responder que dicha distinción la establece el uso de algo que se conoce como “Método científico”. ¿En qué consiste? A grandes rasgos, en: (1) observar algún hecho o fenómeno, (2) establecer una hipótesis acerca del funcionamiento de la naturaleza durante el fenómeno, (3) buscar algún pronóstico, basado en la hipótesis considerada, y, finalmente, (4) realizar un experimento, bajo condiciones controladas, que confirme o refute el pronóstico.
Los libros de texto nos enseñan que así es como se debe proceder para obtener un conocimiento confiable, al que desde luego se llamaría “conocimiento científico”. Es en este marco en el que la idea de “experimento”, o experimentación, adquiere una connotación de peso y es cuando la importancia del laboratorio, por estar relacionado con el experimento, se hace patente.
Nadie pondría en tela de juicio el carácter de ciencias que tienen, por ejemplo, la física, la química y la biología; y ya que el sistema escolarizado es una parte medular de la sociedad actual, es natural que las escuelas tengan laboratorios. Muchas veces se piensa que mientras más sofisticado sea el laboratorio (al menos en términos de su equipamiento) mejores serán los resultados que se consigan en ellos. Por supuesto que en esta idea hay algo de razón, pero lo que en realidad ocurre es que no se entiende a cabalidad el papel del instrumento en el contexto de la explicación científica; y para ilustrar el acerto, citaré el caso de un político francés: como parte de un proyecto escolar un estudiante determinó que cierta planta nuclear tenía peligrosos niveles de emisión de radiaciones. Al ser encarado el político, quien basó su campaña en la continuidad de la planta, éste adujo que los resultados no podían ser correctos, ya que el estudiante había realizado las mediciones empleando una “regla escolar”. Increíblemente, el político basaba su alegato en la idea de que una “regla escolar” ¡no era capaz de medir con suficiente exactitud! Esta idea parecería inconcebible en la cabeza de alguien procedente del país en donde de gestaron el Sistema Métrico Decimal y la idea de “metro patrón”, sin embargo así están las cosas en el mundo actual.

Si alguien tiene un prejuicio o una hipótesis preconcebida, entonces solamente aceptará aquellos “datos” o “hechos” que apoyen esta postura, y tenderá a descartar aquellos que la contradigan. Esta actitud juega un papel importante en el quehacer científico en general y en el sistema escolar en particular.
Una muestra de ello es lo ocurrido durante una sesión de trabajo en un laboratorio[1] en el que se realizó un experimento para determinar el valor de la aceleración de la gravedad, g, la cual consideraremos por simplicidad igual a 9.8 m/s2. Se comenzó haciendo una “prueba ciega”, al final de la cual se obtuvieron los siguientes resultados:

Alumno
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
g (m/s2)
8.0
7.5
6.0
8.5
9.0
13
12
10
8.0
9.5
11
8.5
9.1
15
9.8
10.5
6.5
8.8

¿Cómo se calificarían los resultados del experimento?¿Qué pasa con los valores extremos 6 y 15? ¿Son malos experimentadores quienes los obtuvieron? Obviamente el profesor, y quizá alguno de los alumnos, conocía la respuesta, o al menos la que aparecía en el libro de texto. ¿Habría que darle una calificación mayor al alumno que obtuvo el valor 9.8? Es altamente dudoso obtener este valor mediante un experimento escolar, así que lo más probable es que el estudiante que obtuvo este resultado conociera la respuesta por adelantado y amañara los datos para alcanzar con ellos el valor “correcto”.

Posteriormente, se le dijo al grupo que el valor de la aceleración de la gravedad era igual a 9.8 m/s2. Entonces se les pidió que repitieran el experimento, y los resultados obtenidos se muestran en la siguiente tabla:

Alumno
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
g (m/s2)
8.9
9.1
9.5
9.5
9.7
9.8
9.9
10
9.8
9.6
10.1
10
9.8
10
9.9
10
8.8
9.4

¿Qué ha pasado? Ahora el error porcentual promedio no supera el 1%, ¡esto es casi un milagro! ¿Estará contento el profesor con este nuevo resultado? Vamos a descartar el caso trivial en el que los estudiantes hicieran “trampa”; entonces lo que resta suponer es que los estudiantes, de manera inconsciente (ya que sabían cual debería ser el resultado) tomaran en cuenta solamente aquellos datos que los acercaran a lo que están buscando y descartaran los datos que los alejaran del resultado.

Ahora cabe preguntarse, ¿para qué sirve un experimento como este? ¿Qué es lo que demuestra sobre las leyes de la naturaleza?

Si usted cree que esto solamente podría ocurrir a nivel escolar se equivoca completamente, y como muestra basta un botón: poco después del descubrimiento de Neptuno se observó (paso 1) que su órbita tenía importantes perturbaciones. Quizá algún cuerpo aún no detectado lo afectaba (paso 2) mediante su atracción gravitacional. Percival Lowell (famoso por haber propuesto la existencia de canales en el planeta Marte) bautizó a este cuerpo desconocido como “Planeta X”. Durante muchos años se buscó a este objeto sin ningún resultado. En este punto cabe resaltar que lo que se esperaba encontrar era un planeta (paso 3), eso venía implícito en el nombre que utilizó Lowell para el objeto que buscaba. En 1930, al analizar unas placas fotográficas, Claude Tombaugh, identificó un tenue punto luminoso que cambiaba muy lentamente de posición (paso 4). Finalmente se había conseguido dar caza al escurridizo planeta, al que posteriormente una niña inglesa de 11 años bautizó como Plutón. Muchos de nosotros crecimos aprendiendo que Plutón era un planeta y, de pronto nos dicen que dejó de serlo. ¿Qué fue lo que pasó? Pues en realidad lo que pasó es que nos sedujo ¡el conocer la respuesta de antemano! Como lo que se buscaba era un planeta, entonces ¡se tomó a Plutón como tal! Posteriormente se hizo evidente que su órbita era extremadamente elíptica y pocos años después se empezó a cuestionar su naturaleza de planeta, pero era tarde. Para ese entonces, ya la gran mayoría lo veía como un planeta más. Conocer la respuesta de antemano nos había jugado una mala pasada, y décadas después, este año, dio lugar a una serie de discusiones, similares a las que se dieron en la Edad Media acerca de cuántos ángeles podían caber en la punta de una aguja.

Para ser justos tenemos que admitir que tampoco es tan malo el tener una idea preconcebida acerca de la solución a un problema. Esto se puede ilustrar con uno de los casos del famoso Sherlock Holmes:
“Scotland Yard acababa de estudiar minuciosamente la escena de un crimen y en ese momento llega Sherlock. El oficial al mando le dice que ellos ya se encargaron de la búsqueda de evidencias y que no encontraron absolutamente nada. Sherlock se agacha y ecudriña el suelo con mucha atención, mueve ligeramente algunos trozos de tierra y finalmente exclama, ¡lo encontré! Era un cerillo. El oficial se rasca la cabeza y le dice que le parecía muy extraño que ellos no lo hubieran visto, a lo cual Sherlock responde: si lo he encontrado es porque ¡estaba buscando este cerillo! “
Él tenía una hipótesis sobre el asesinato y por eso la existencia del cerillo era vital para la solución del caso.
En lo que nos atañe, la moraleja es que antes de efectuar un experimento, lo importante consiste en tomar conciencia de que seguramente ya tenemos de antemano una idea acerca de lo vamos a encontrar, pero debemos estar preparados para aceptar un resultado completamente opuesto al que esperábamos. Realmente la esencia de la ciencia pasa por ese proceso. Aceptar los resultados más allá de nuestras preferencias personales.
El Método científico no es una receta infalible que por el toque de Midas transforme fríos datos y hechos aislados en el oro del conocimiento científico. Son las personas, quienes haciendo uso de su intuición, de su interés, de sus prejuicios (y en muchos casos, a pesar de ellos) logran empujar cada vez más lejos las fronteras del conocimiento.
En relación a la imagen anterior, y para terminar, me gustaría cerrar este trabajo con el relato de un encuentro entre un blanco y un indio americano:
“Un cara pálida, hablándole a un anciano indio acerca de la supremacía de los blancos sobre los pieles rojas, traza un círculo pequeño en el suelo diciendo: esto es lo que el indio sabe; luego traza un círculo más grande que encierra al anterior y dice: esto es lo que el hombre blanco sabe. El anciano lo mira pensativo, sonríe y, trazando un círculo enorme que encierra a los anteriores, dice: esto es lo que ni el hombre blanco ni el piel roja saben”


Wilder Chicana Nuncebay
México, Octubre de 2006.

[1] Aunque en realidad es irrelevante si se trata de un laboratorio escolar, universitario o de investigación, aquí nos centraremos en el laboratorio escolar.

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